Marchar es exhibirse, mostrarse, utilizar el cuerpo, la voz, los colores, lo que sea pertinente para
sacudir las conciencias. Eso es lo deseable, lo normal. Las marchas son un recurso extremo de la democracia. Subyace un supuesto: en la contraparte hay ojos y oídos atentos, lectores sensibles a los mensajes que son lanzados. De entrada se necesita honestidad para aceptar los hechos. ¡No fueron 12 mil! Nada que ver con la defensa del racismo, de la corrupción, del clasismo, de la
discriminación. El alegato es ridículo. El mensaje fue muy claro. Escúchenlo. 

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