Nadie sabe lo que tiene hasta que lo pierde, reza el dicho popular. Se llama formalidad y es parte del tejido social. Los formalismos tienen mala fama: muchos son inútiles, entorpecen, estorban. De ahí el rechazo. Pensemos en la vestimenta o en ciertos protocolos que pueden ser ofensivos. Si comparamos a las sociedades actuales con las del siglo XIX, esas formalidades se han relajado mucho, sobre todo en el ámbito privado, por ejemplo, en las ceremonias de matrimonio. Pero en lo público, la formalidad, el cumplimiento de ciertas formalidades, es imprescindible. Al final del día, la vida es imposible sin ellas. 

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