Escuchamos las sirenas detrás de nosotros. Un grupo de periodistas cruzábamos La Moneda, allí donde se perpetró el golpe a Allende.
De pronto, entre las banderillas del auto, descendió el mismísimo Pinochet. Subió un par de peldaños, se volvió a vernos y comenzó una perorata. Quedé parado cerca de él: fue un encuentro con la encarnación del mal. El uniforme, el bigotillo grisáceo, la voz tipluda.