Imaginemos un sólo día. Al lavarnos los dientes sospechamos que el agua pueda envenenarnos. ¿Y los alimentos? Al despedirnos de nuestra familia, nos invadiría una duda que corroe el alma: alguien les puede hacer algo, ya sea en la ruta o en el empleo. Al pasar frente a nuestro banco, nos preguntaríamos si las finanzas de la institución están en orden. Es el infierno.

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