Cuando Trump era sólo un empresario, estuvo varias veces al borde de la quiebra. Salió de muchos atolladeros amenazando y blofeando.
Ahora, con el poder de la presidencia, tras cuatro años de aprendizaje en el cargo y otros cuatro del gobierno de Biden donde reflexionó sobre los instrumentos disponibles para maximizar su alcance, se ha saltado restricciones institucionales y normas culturales construidas en las últimas décadas para acotar al presidente. Quienes trabajan para él saben una cosa: hay que ser leales y alimentar su enorme ego. Medidas impensables hace una década ahora se han vuelto aceptables: desde usar al FBI para acosar a sus críticos, hasta aprovechar el poder para hacer multimillonarios negocios familiares.