El editorial de The Washington Post sobre el caso Loret y las declaraciones del senador Ted Cruz de Texas, sobre el mismo tema y en general sobre la deriva autoritaria y de ruptura del Estado de derecho en México, son sintomáticas de un problema que López Obrador y su gente no parecen haber captado. No es fácil encontrar demasiados antecedentes, por lo menos hasta 1968 —quizás con Echeverría— de presidentes o su partido que denuncian a sus detractores o críticos como traidores a la patria y enemigos de la nación. Desde luego voceros oficiales en la época de Salinas lo hacían con cierta frecuencia, y es una tradición priista el tratar siempre de colocar a cualquier adversario en el papel de traidor a la patria, vinculado a enemigos externos, mercenario pagado por otros gobiernos. Pero hay una gran diferencia entre lo que sucedía antes y lo que acontece ahora.

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