Allí están de nuevo. Esas columnas blancas que se elevan al cielo y lo perforan. Son todo lo contrario a esos
gigantes aborregados, también blancos, hermosos y peligrosos a la vez -cumulonimbos- cuyas inconmensurables fuerzas al interior ascienden y descienden y son capaces de destruir al mayor pájaro creado por el ser humano. En ellas puede aparecer el gris que delata su función en este mundo: acumular humedad y transportarla. Y así viajan y crecen, hasta que, por fin, implosionan. Esparcen vida en forma de gotas, de granizo, de rayos. Todo revive después del largo estiaje.